En el marco de los 50 años del golpe de Estado, un trágico momento de nuestro país, es indispensable unirse a la reflexión colectiva de nuestro pasado, para proyectarnos hacia el futuro como país. Tenemos la claridad de que nuestra fe y la verdad contenida en la Palabra de Dios, tienen mucho que aportar en este proceso de debate y sanidad. El libro del Génesis dice:
“El Señor preguntó a Caín: —¿Dónde está tu hermano Abel? —No lo sé —respondió—” (Gén. 4:9).
“¿Dónde está…?” Es una pregunta existencial que va más allá de la ubicación espacial de su hermano. Pues, él ya no estaba [vivo]. Al menos, no como Caín, pero sí lo estaba, por lo que cabía la pregunta que hace Dios de su persona.
En el relato, Dios sí sabe dónde está Abel, también sabe que Caín lo ha asesinado y el por qué lo hizo. Entonces, en la pregunta está claro que Dios no espera un nuevo conocimiento por parte de Caín, sino que la pregunta cumple la función de que Caín haga la retrospección y la introspección de su pasado reciente.
Es el Dios mismo que por medio de la pregunta le llama o le fuerza a mirar hacia atrás con la posibilidad de confesar su crimen, arrepentirse o ninguna de las anteriores. Ese llamado de Dios es a integrar conscientemente su pasado a su presente y no obnubilarlo con la trágica consecuencia de vivir desintegrado. Sin embargo, Caín decide mentir por una voluntaria “disociación” que le lleva a responder: “No lo sé”.
Hoy es común escuchar: “Olvidemos el pasado y enfoquémonos en el futuro” o “Un país que mira para atrás, está muerto”. Pero nosotros debemos atender a la pregunta que hace Dios: “¿Dónde está tu hermano?” No precisamente en el análisis del drama en sí de Caín y Abel, sino en el sentido de la pregunta. Porque, aunque Abel no está vivo, de igual manera está. Su existencia se hace presente desde el recuerdo y Caín, puede intentar borrarlo de su memoria, pero le será imposible deshacerse de las consecuencias, ya que su sangre clama al Creador por Justicia.
Este hecho crucial nos interpela en la construcción de la historia, considerando el pasado para proyectarnos de una manera sana hacia el futuro, sin oscurecer ni borrar la participación de los que no están.